En la lectura de hoy vamos a conocer a una familia muy especial formada por papá, mamá, mi hermana, mi abuela y yo. Vamos a leer un poco del libro:
Familias familiares

Les voy a contar para que vean que no exagero.
Empecemos por mi papá. Mi papá tiene que tener todo bajo control. Es previsor hasta el límite de lo posible: paga sus impuestos el primer día que abren las oficinas. Compra artículos repetidos por si se rompen o extravían. Por eso tenemos un cuarto lleno de cajas de clips, de decenas de cámaras fotográficas, varios medidores de pulso y unos doce tinacos nuevecitos, sin desempacar.
Por supuesto, ya tiene pagado el funeral de toda la familia, hasta de mi sobrinito que acaba de nacer. Y cuando tenemos que ir a algún lugar nuevo, como por ejemplo a una boda, hacemos simulacros: nos vemos nos arreglamos, compramos el regalo y buscamos la dirección. Practicamos lo que vamos a decir y en dónde vamos a estacionar el coche.
Bueno, pues un día mi papá decidió que para ser el más precavido, iba a operarse. “¿A operarse qué?”, todos preguntamos, pues mi papá tenía una salud de hierro.
–Lo que haga falta –afirmó categórico.
–¿Cómo qué?
–Pues de una vez que me saquen el apéndice, que me operen del corazón y me quiten las anginas. Así yo me organizo para faltar algunos días a la oficina y no pierdo el control de la situación con molestos contratiempos.
–Oye, ¿pero tienes algunas molestias?
–Ninguna –respondió muy campante.
¿Y qué creen? ¡Se operó!
Ahora vamos con mi mamá. Mi mamá es un poco despistada: te puede ofrecer jugos de naranja y huevos revueltos por la noche, y un bistec con un Martini a las siete de la mañana. Es tan distraída que se pierde en su propia casa. Hay que hacerles mapas para que vaya de una recámara a otra. Llama a sus amigas ¡para preguntarles sus números telefónicos!
Toca el turno de presentarle a mi hermana. Mi hermana, aunque es muy guapa, siempre está de mal humor. Ustedes me dirán: bueno, todos tenemos malos ratos. Eso yo lo entiendo, pero imagínense a alguien que siempre, a toda hora, todos los días, está de malas. Cuando mis amigos hablan por teléfono ella les gruñe y, claro, ellos cuelgan.
Por último, está mi abuela. Mi abuela es la ancianita más tierna y dulce… siempre y cuando al platicar con ella no uses palabras que tengan la vocal e. Como supondrán, es muy difícil no decir palabras que tengan e, y si uno se equivoca ella se tira al piso y hace una pataleta tremenda, rompe cosas y echa baba por la boca. Después, se cubre con un sudario –es como una sábana con la que cubren a los muertos, que tienen siempre guardada y planchada en un cajón– y se hace la muerta durante dos días.
Imagínense si yo, con esa familia, me iba a atrever a llevar amigos a casa, organizar fiestas o asistir a lugares públicos en su compañía Pero sucedió algo que me obligó a cambiar esta situación…
Por favor, ¿cómo nos dejan al llegar aquí? ¿Qué pasó? ¿Por qué tuvo que invitar amigos?
Vivian Mansour Manzur, Familias familiares. México, SEP-FCE, 2002.
TOMADO DE: http://rincondelecturas.com/familia-lectura-del-libro-familias-familiares/
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